Cómo vivían los primeros tucumanos

Domingo 24 de Mayo de 2015, 07:06





Imaginen una familia. Hombres, mujeres, niños, ancianos -que para la época eran los mayores de 40 años-. Ellos recorren El Infiernillo, armas en mano, acechando las tropillas de guanacos. Hay un momento ideal para cazarlos, cuando se inclinan a beber en el río y ofrecen el flanco para que una lanza potente y bien dirigida acabe con ellos. Es un momento de algarabía para esa familia de tucumanos, los primeros que se conocen. La foto es de hace 7.000 años y la certifican los restos encontrados por los arqueólogos de la UNT en la zona.

“Creemos que era un campamento de verano”, comenta el doctor Jorge Martínez, uno de los líderes del proyecto. Allí, a 3.000 metros sobre el nivel del mar y no muy lejos de la ruta que cruza los Valles, se encuentran las ruinas de Puesto Viejo. Debajo de ese asentamiento, en el que una comunidad se desarrolló entre los años 200 y 500 de nuestra era, aparecieron las evidencias más antiguas. Nunca se habían encontrado restos tan viejos en el territorio provincial. El hallazgo es tan trascendente que National Geographic otorgó un subsidio y sigue de cerca la investigación.

¿Quiénes eran aquellos primeros tucumanos? ¿A qué se dedicaban? ¿De dónde venían? ¿Cómo se desarrollaba su vida? Los elementos para reconstruir el día a día de nuestros antecesores están bajo tierra, aguardando que los arqueólogos los saquen a la luz. Entre las numerosas hipótesis surgen algunas pistas:

- Eran clanes familiares de cazadores-recolectores, que en invierno seguramente se trasladaban a sectores más bajos. Imposible imaginarlos viviendo en julio en El Infiernillo.

- Durante la misma época, grupos similares se movían por la Puna y todo indica que había contacto entre ellos. Un protomercosur que incluía intercambio de elementos y alianzas matrimoniales, imprescindibles para esquivar la endogamia y garantizar la supervivencia de los clanes. La pregunta es: ¿se trataba de vallistos que subían o de puneños que bajaban?

- Nada tenían que ver con tribus posteriores y más conocidas, por ejemplo los diaguitas. De estos clanes nómades tampoco hay modo de acceder al lenguaje. No puede asegurarse que hablaran kakán, el idioma que precedió al quechua en la zona. Tal vez empleaban un dialecto anterior.

En el terreno

“¿Por qué sostenemos que el del Infiernillo era un campamento base? Por ejemplo, hallamos puntas fracturadas, típicas del regreso de una cacería, cuando se las reemplaza por material nuevo -explica Martínez-. Además hay sectores de fogón con consumo de fauna, en especial huesos de guanacos. También rastros del procesamiento de tallas. Creemos que en el sitio de la excavación había alguna clase de refugio, posiblemente hecho con ramas, cueros y postes”.

La elección del lugar está relacionado con el agua. Por allí corre el Río de los Corrales, concentrador de fauna silvestre. Desde el campamento los primeros tucumanos disfrutaban de un óptimo punto de observación, ideal para individualizar la presa y caer sobre ella a toda velocidad. Un verdadero coto de caza.

Otro motivo para instalarse allí puede ser la generosa presencia de un tubérculo llamado soldaque. Se trata de una raíz que en la superficie muestra unas flores muy bonitas y tiene sabor dulzón, parecido a la batata. Era un complemento perfecto para la dieta carnívora de los cazadores.

La cuestión es que el soldaque era muy común en la Puna, pero no crecía ni en la zona de Tafí ni en la de Amaicha. El dato refuerza la hipótesis que emparenta a los primeros tucumanos con sus pares puneños. Otro ejemplo es la presencia de obsidiana en El Infiernillo, una piedra típicamente puneña. La interacción de esos grupos salta a la vista, eran antiquísimas redes sociales en permanente circulación, familias capaces de recorrer cientos de kilómetros. Impresionante, teniendo en cuenta que hablamos de 7.000 años atrás.

Hay mucho más

En el último piso de la Facultad de Ciencias Naturales, entre alumnos que van de acá para allá y docentes de paso apurado se lee “Proyecto Infiernillo”. Es la entrada al gabinete de la doctora Nurit Oliszewski, otra de las columnas de esta investigación. Las paredes están tapizadas de información y falta espacio para acomodar tanto material. Martínez depeja un escritorito blanco, acomoda su notebook y explica lo que viene. Él juega de local allí: Nurit es su esposa. Entre arqueólogos se entienden.

Las expectativas están volcadas a la campaña que entre septiembre y octubre convertirá al Infiernillo en un laboratorio. Proyectan cavar en un sector mucho más amplio, de 20 metros cuadrados, con la expectativa de multiplicar los hallazgos. Y tal vez, con mucha suerte, toparse con restos humanos.

Una “bomba” de esa naturaleza podría agigantar el interés de National Geographic, que aportó el primer escalón de su pirámide de mecenazgo. Son 15.500 dólares que vienen bien, por ejemplo, para pagar las dataciones. Cada examen de carbono 14, el método que determina con exactitud la antigüedad de una pieza, cuesta 400 dólares y se realiza en el exterior. Por caso, el análisis de obsidiana se efectuó en Missouri (Estados Unidos).

La financiación internacional alimenta el trayecto recorrido por el equipo, que contó en distintas etapas con fondos de la UNT, de la Agencia Nacional de Promoción Científica y Tecnológica y del Conicet. A fin de cuentas, es un trabajo que se inició hace muchos años y fue acumulando descubrimientos.

Paso a paso

Martínez y su colega Mario Caria se toparon con una cueva mientras recorrían El Infiernillo, en un sector escasamente peinado por los arqueólogos. “Una cueva es como un freezer”, describe Martínez. Dicho y hecho: fue cuestión de levantar la tapa para que en los morteros aflorara el paso del hombre y en un contexto prehispánico. Había desde fragmentos de flechas a especies vegetales comestibles bien preservadas (marlos, poroto común). También algarrobo y chañar.

Lo encontrado en la cueva disparó la hipótesis de que la Quebrada de los Corrales había sido un área habitada, y desde que en 2005 se sistematizó la búsqueda la teoría fue comprobándose con creces. Quedaron determinados los andenes de cultivo, los anillos de piedra construidos para guardar el ganado y, finalmente, el pueblo, al que se denominó Puesto Viejo.

Se determinó en la quebrada la existencia de 250 corrales, 500 hectáreas de cultivo y entre 80 y 100 estructuras habitacionales. El poblado debió albergar alrededor de 800 personas, en un período de tres siglos que se interrumpe en el año 500 de nuestra era. ¿Qué ocurrió en ese momento? ¿Por qué emigraron quienes parecían haber encontrado en Puesto Viejo su lugar en el mundo? La hipótesis se relaciona con una franja de ceniza volcánica hallada durante las excavaciones. Es posible que la erupción de un volcán en Catamarca haya sido la causa. No fue un episodio como el de Pompeya; más bien el colapso medioambiental ocasionado por la ceniza.

Hasta allí la investigación era extraordinaria. Qué decir entonces cuando en el extremo sur de Puesto Viejo aparecieron los vestigios de aquellos cazadores, varios milenios más antiguos. Con el respaldo de la Comunidad Indígena de Amaicha, en especial del cacique Eduardo Nieva, y de Mario Reyes, del Consejo de Ancianos, los investigadores avanzaron a fondo y llegaron al punto en el que se encuentran hoy, con todos los elementos para seguir removiendo capas y haciendo historia.

No obstante, parece que ni a Martínez, ni a Oliszewski ni a Caria los oropeles académicos los corren de su eje. Será por el entusiasmo con el que se refieren a la tarea de extensión encarada en El Infiernillo. A los chicos de la Escuela 342 los llevaron al sitio y los transformaron en “arqueólogos por un día”. “¡Hicieron una presentación en la Feria de Ciencias en Tafí del Valle y la ganaron!”, subraya Martínez. La otra cara es que después la Escuela dejó de funcionar por falta de alumnos. Así es Tucumán.
 

Fuente: http://www.lagaceta.com.ar/nota/638645/sociedad/primeros-tucumanos-cazaban-guanacos-hace-7000-anos-infiernillo.html